Escritura maya e internacionalización de la UV

Por Álvaro Belin Andrade




Absortos en la firma de convenios menos ricos en colaboración interinstitucional que en impacto mediático, los funcionarios de la Universidad Veracruzana han prestado una casi nula atención a un proyecto concebido para rendir frutos magníficos en el estudio de la escritura mesoamericana, partiendo de la cultura olmeca y recalando en la maya, que puede darle a la arqueología veracruzana –particularmente a la que hace décadas tiene como principal referente a la UV– un peso extraordinario en el ámbito internacional.

Y es que, en efecto, los funcionarios universitarios, comenzando por su rector, están en lo suyo: fortaleciendo lazos de amistad internacional, así sea en temas y con instituciones que poca exigencia le significan para el futuro académico, pero que les proveen de reflectores mediáticos en momentos en que por torpezas organizativas u omisiones comunicacionales han quedado a expensas de la crítica por no haber actuado institucionalmente, de manera oportuna, ante la desgracia que, para miles de veracruzanos (alumnos, profesores y trabajadores universitarios, incluidos), ha significado la devastación producida por los fenómenos meteorológicos recientes.

Allá ellos…
Lo cierto es que, a contrapelo de sus dirigentes, la UV se ha incorporado a uno de los proyectos más promisorios de la arqueología mundial, al lado de una corriente que, pese a ser ignorada durante el largo periodo de la llamada Guerra Fría, logró lo que otras escuelas, como la norteamericana, no hicieron: el desciframiento de la escritura maya, proeza que sólo el tiempo ha logrado reconocer en la persona del investigador Yuri Knórosov (1922-1999), lingüista, epigrafista y etnólogo ruso que encabezó el equipo.

Es evidente que las alianzas de colaboración académica se fraguan en la base. La similitud o el interés compartido en objetos de estudio por parte de los investigadores es lo que permite acuerdos que, a la postre, resultan fructíferos, a diferencia de aquéllos que se establecen desde las cúpulas administrativas, los que invariablemente naufragan en el olvido, cuando no en cuadernillos conmemorativos o en simples congresos que sólo sirven para el anecdotario.

La iniciativa alimentada con el entusiasmo irreverente de Pedro Jiménez Lara, investigador del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, apunta a la creación del Instituto para la Escritura Mesoamericana y Maya, que tendrá como soportes académicos a la Universidad Estatal de Rusia de Ciencias Humanas (Moscú), el Centro de Estudios Mesoamericanos Yuri Knórosov (Moscú), la Universidad Veracruzana y el parque eco arqueológico Xcaret, en la Riviera Maya de Quintana Roo, que será la sede del instituto, con la idea de darle continuidad a los trabajos del doctor Knórosov, impulsados por la doctora Galina Yershova.

En lo que va del año, los representantes de los cuatro socios fundadores se han reunido para ir precisando aspectos organizacionales y académicos. En febrero se reunieron en Xcaret, en septiembre reciente lo hicieron en Moscú, hasta donde llegó Pedro Jiménez acompañado por el secretario Académico de la UV, Porfirio Carrillo, y en diciembre próximo volverán a reunirse en Quintana Roo, para inaugurar el centro e iniciar las investigaciones.

Para tener una idea de la importancia que reviste el fortalecimiento de los estudios en materia de escritura precolombina, tendríamos que echar un vistazo a lo hecho por Yuri Knósorov en los años cincuenta.

En 1952 publicó un artículo esclarecedor para el desciframiento de la escritura maya, “La escritura antigua de América Central”, en que aseguraba –según la escasa información que ofrece Wikipedia– que los glifos escritos por los antiguos mayas consistían tanto de logogramas (signos usados para representar una palabra completa) como de signos fonéticos, en los que cada glifo representa una combinación consonante-vocal. El anticomunismo enquistado en los estudiosos norteamericanos en la época de la Guerra Fría, hicieron al científico ruso objeto de múltiples descalificaciones, que habrían de caer hasta mediados de los años noventa, cuando le fue reconocido su aporte.

¿Fueron los mayas enteramente iniciadores de la escritura descifrada? Lo que pretende el instituto internacional de próxima creación es realizar trazos hacia atrás en la historia.

Según Pedro Jiménez, arqueólogo por la UV, con maestría y doctorado en Etnología y Antropología Social por la Universidad de La Sorbona París I y con un posdoctorado en Arte Rupestre por la Universidad Federal de Pernambuco (Brasil), lo que emprenderá este centro de investigación será indagar en la cultura madre, la Olmeca, para descubrir sus antecedentes. Y es que se considera que la escritura mesoamericana tuvo sus inicios en la fase identificada como epi Olmeca en regiones veracruzanas; después hubo grupos que la adaptaron a sus necesidades; en algunos casos, la modificaron, y en otros, la refinaron, como fue el caso de los mayas.

Y a este trabajo que incluirá a la UV en un proyecto de tal importancia, acude no sólo Pedro Jiménez sino también la doctora Gladys Casimir, miembros ambos de la Academia de Ciencias Antropológicas, de la que el primero es secretario ejecutivo, y que aglutina lo más selecto de la antropología, la arqueología, la lingüística, la antropología física y la prehistoria en México/Mesoamérica, lo que da idea del reconocimiento que han merecido los dos científicos de la UV en los ámbitos nacional e internacional y del que carecen en su propia casa de estudios, tan preocupados sus dirigentes en enfocarse a las ciencias políticas y sociales en razón de los reflectores que acarrea al grupo que hoy es privilegiado.

En el proyecto participa, por la parte rusa, nada menos que la continuadora del trabajo de Knósorov, Galina Yershova, directora del Centro de Estudios Mesoamericanos de Moscú, y quien ha dirigido su interés académico en la epigrafía maya, los problemas de la conciencia religiosa y la teoría de la auto-organización del antroposistema, además de ser autora de nueve libros y más de 200 textos científicos, divulgativos, de crítica literaria y de creación.

De ese tamaño será el proyecto, aunque no merezca ni un asomo de interés por parte de la rectoría.




Los saldos del desastre


No hay manera de cuantificar lo que el huracán Karl le robó a miles y miles de veracruzanos.

Tan solo por mencionarlos en un rápido inventario: daños materiales, más graves incluso que si hubieran sido producidos por un terremoto; decenas de muertos, muchos de los cuales no son reconocidos como víctimas del meteoro y otros cuyos cuerpos ni siquiera han sido recuperados; economías de diversas escalas devastadas, algunas desde su raíz; desaparición total del menaje de miles de familias, incluyendo documentos personales, testimonios y reliquias atesorados por décadas; destrucción del paisaje por la aniquilación de cultivos, la caída de miles de árboles, la deformación de los cauces hidrológicos, la creación de nuevos estuarios.

Pero lo más grave ha sido el surgimiento espontáneo y masivo de una sensación de vulnerabilidad, de riesgo permanente, de zozobra inaudita, que ha encendido en miles de veracruzanos un irracional temor por los fenómenos de la naturaleza, así sean una simple lluvia o el crecimiento mesurado en los niveles de ríos, arroyos y lagunas.

Si a ello agregamos una circunstancia real de indefensión, de riesgo sanitario, de hambre, de inadecuación, de rapiña, de esperanzas fallidas, de falta de un sitio donde recrear la intimidad, donde llorar sin ser visto o entrevistado por un reportero o tomado in fraganti por un fotógrafo; de ruptura con la cotidianeidad, con el tren de la vida y el trabajo, con la escuela, con las creencias, con los proyecto mediatos e inmediatos, ya podremos imaginarnos qué tanto tardaremos los veracruzanos en recuperar esa fuerza y esa energía humana que ha parecido difuminarse hasta el grado de acercarse a su temporal extinción. Porque lo que se ha perdido son décadas de trabajo.

Y hay sectores de la población a los que nadie pide opinión, pese a agregar a todos los males numerados otros que uno parece no tomar en cuenta. Uno de ellos es el de los niños y jóvenes que durante un buen tiempo deberán dejar a un lado su proceso educativo, sea porque sus planteles han sido destruidos o afectados por la fuerza de la naturaleza, porque deben incorporarse a actividades productivas junto con sus padres para paliar los efectos económicos o porque como parte de lo perdido durante las inundaciones se encuentran libros, cuadernos, libretas, lápices, mochilas, reglas, tareas ya hechas, obligaciones por cumplir, conocimientos barridos por la corriente, canchas deportivas cubiertas por una gruesa capa de lodo, amigos que nunca volverán a ver.

Es de tal gravedad la situación que en muchas comunidades las clases se iniciarán más tarde de lo esperado. Maestros y padres de familia deberán tomar la escoba para limpiar los salones, pero eso será después de recuperar lo poco o mucho que les dejó en casa la catástrofe. Los maestros deberán reevaluar a los estudiantes, ya perdidos los registros de asistencia y las calificaciones; las autoridades de registro civil deberán trabajar a brazo partido para recuperar documentos esenciales como las actas de nacimiento, mientras que las autoridades escolares deberán buscar en sus archivos para elaborar certificados de estudios. Porque en muchas comunidades, en muchas colonias, en muchas ciudades, las familias perdieron todo, absolutamente todo.

La tarea reconstructiva está pasando su etapa intensiva, la de salvar vidas, la de romper los diques para que el agua que se salió de madre regrese a sus cauces, la de dar a las personas el alivio de una pequeña despensa, agua potable, ropa para protegerse, calzado, trabajo remunerativo, un sitio donde escampar. Pero lo que sigue es de tal magnitud y requerirá de tanto tiempo que será necesaria la participación prolongada de quienes sí tenemos casa, trabajo y seguridad.

A quienes durante un fin de semana, en lugar de festejar el bicentenario del inicio de la guerra de Independencia, lucharon por sus vidas frente a un enemigo de proporciones gigantescas, buscaron refugio en las azoteas de sus casas, se aferraron al tronco de un árbol para salvar la vida, vieron sus casas y pertenencias ser arrastradas por el agua, habrá que ayudarlos con todo nuestro empeño y solidaridad. No sólo ahora, en estos días en que todavía se percibe en el ambiente el olor y la música de la destrucción, sino durante los siguientes meses del año e, incluso, en los primeros del 2011, y con ello tengan fuerzas para recuperar al menos lo esencial para seguir en pie.

Y uno de nuestros objetivos deberá ser recuperar a miles de niños que hoy no tienen escuela, no tienen libros, no tienen útiles escolares e, incluso, no tienen casa.



Las escuelas también lloran


Desde principios del mes de agosto, la naturaleza ha sido dura con Veracruz. El 8 de ese mes, una tormenta tropical puso en jaque a tres ciudades ribereñas, afectadas por los desfogues de presas: Minatitlán, Tlacotalpan y Cosamaloapan. Pero junto con ellas, que llamaron la atención nacional, decenas de comunidades y cabeceras municipales rurales sufrieron inundaciones que, en muchos casos, todavía persisten.

Esa primera manifestación de una cadena de desgracias afectó duramente al sector educativo. En los centros urbanos mencionados y en las zonas rurales aledañas 384 escuelas resultaron dañadas, mientras que 60 planteles fueron habilitados como albergues, de los cuales todavía hace unos días cinco se mantenían con esa función. Un cálculo conservador que imaginara 120 alumnos por escuela (20 por grado), nos arrojaría más de 46 mil alumnos sin clases, que debieron ser apoyados con clases por televisión y apoyos directos en los albergues en los cuales se mantuvieron con sus familias.

Con el huracán Karl, a partir del 20 de septiembre, luego del infausto puente por el bicentenario, dejaron de funcionar por diversas afectaciones, incluso la destrucción total, 347 centros educativos de 201 localidades, en que dejaron de realizar tareas educativas 48 mil 237 alumnos y 2 mil 254 maestros. Además, 58 planteles escolares fueron habilitados como albergues en 21 municipios veracruzanos.

El cálculo de la Secretaría de Educación (SEV) es que se deberán reponer más de 220 mil libros de texto gratuitos a los alumnos del nivel de educación básica, que ya se gestionan ante la Comisión Nacional del Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg), y que deberá implementar un programa especial de reposición de documentos oficiales, como certificados y boletas de calificaciones, entre otros.

Ya hablaremos en entregas posteriores sobre lo que el sector educativo hace o deja de hacer para reiniciar lo más pronto posible las clases en todos estos planteles y de qué manera el gobierno federal coadyuva en esta tarea, luego de la visita del secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, a Veracruz. Debió pegarnos Karl para tener de regreso en tierras veracruzanas, por primera vez en tareas de su investidura, al titular de la SEP.




Daños en patrimonio histórico


Los daños causados por el huracán Karl y las secuelas de la depresión tropical Matthew han afectado a cientos de miles de veracruzanos. Lo hará por meses y tal vez por años, porque no sólo afectó casas sino que también arrasó con negocios, sistemas productivos y, por ende, empleos, cuya recuperación será dilatada. En muchos casos, los daños ni siquiera podrán restañarse.

Pero hay una afectación adicional. Fue de tal magnitud el impacto de los meteoros que en unas cuantas horas lograron lo que el paso de los siglos no había podido hacer: dañar severamente el patrimonio histórico.

En La Antigua, una de las poblaciones en que pegó frontalmente el huracán Karl, cayeron los árboles cuyas raíces parecían mantener en pie la primera morada de Hernán Cortés, construida con corales y piedras de río. Los vientos hicieron que se desplomaran, y en su caída derruyeron los muros levantados hace más de cinco siglos. Vientos de más de 190 kilómetros por hora y la salida de madre del río La Antigua, dieron al traste con una construcción emblemática, levantada en ese lugar en 1525 precisamente para protegerse de los vientos del norte y los huracanes que, en cambio, ponían en riesgo las primeras chozas construidas en donde hoy se erige el Puerto de Veracruz.

Según la directora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Veracruz), Patricia Castillo Peña, en Tlacotalpan –ciudad considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad– las inundaciones que mantienen a esta joya arquitectónica bajo el agua desde hace más de dos semanas han dañado al menos 10 edificios emblemáticos, como la catedral de la Virgen de la Candelaria, el santuario de San Cristóbal y la iglesia de San Miguelito, todas erigidas a finales del siglo XIX, y junto con ellos, el Museo de la Ciudad y más de 500 casas de gran valor artístico y cultural.

Si nos atenemos a sus apreciaciones, los daños son reversibles. El INAH activará un seguro para subsanar las afectaciones, que ella considera en pintura o filtraciones. Lo cierto es que miles de objetos y documentos históricos habrán sucumbido por la fuerza del torrente y por las sucesivas inundaciones que se han incrementado hasta cubrir, en algunos casos, las habitaciones, si consideramos que la inmensa mayoría de las casas tlacotalpeñas son de un solo piso. Y es posible que algunas edificaciones terminen en escombros.

Otros vestigios dañados, en una relación somera hecha por la funcionaria federal, se localizan en la zona arqueológica de Zempoala y en Puente Nacional, además del Museo de Santiago Tuxtla.

El huracán no perdonó nada.